Guardo en un lugar especial de mi memoria aquella primera vez que mi papá me compró un reloj. Tenía siete años y ya conocía sus estándares. Los relojes, libros y zapatillas de deporte eran un sí asegurado. Así que, tomando en cuenta dicha debilidad, pedí un reloj Swatch de bailarinas que vi en el Duty Free al volver de vacaciones. Era uno de esos relojes Flik Flak de Swatch con correa de tela y figuras de animalitos. Y aunque mi papá había ignorado completamente mi deseo original, el de bailarinas, me había comprado un reloj y eso era suficiente.
Recuerdo lo emocionada que estaba de poder llevar un reloj tal como lo hacía mi papá. Controlar el tiempo en mi muñeca con tan solo siete años, responder al “¿qué hora es?” con seguridad, me otorgaba una autoridad que hasta entonces no había saboreado nunca. Me pasaba los días implorándole a mis hermanas mayores que me preguntaran qué hora era, una y otra vez, para poderles contestar con convicción y lucir mi nueva adquisición.
Existe cierto magnetismo en poder cargar el paso del tiempo en tu brazo y a mis siete años ya lo tenía claro. Mi reloj se convirtió entonces en mi amuleto, mi compañero y mi compás. Aunque cada vez es más común ver a gente usando el Apple Watch o consultando la hora en el celular, la industria relojera tradicional sigue siendo un sector al alza que presenta una creciente demanda.
Cuando hablamos de un reloj de lujo, estamos hablando de una pieza exclusiva y particular, con un bagaje histórico importante. Llevar una joya como esta, implica puntualidad y consciencia. Un reloj es un símbolo del tiempo y el tiempo es un lujo. Dado que los relojes de lujo son, por su propia definición, artículos de lujo, su exigente clientela no estaría satisfecha si los relojes que están comprando no fueran cada vez más innovadores. Es por eso que el valor de un reloj se ve principalmente determinado por las complicaciones, que son las funciones que tiene un reloj más allá de dar las horas y los minutos. Como tal, las firmas de relojería invierten millones cada año en nuevas técnicas de fabricación, nuevos materiales y mejor capacitación del personal.
Además, su valor simbólico, proviene de las profundidades debajo de nuestros pies, de
nuestro suelo. Dichos relojes, están confeccionados por manos humanas con pedazos del corazón de la tierra, que al final, también es parte de nosotros. Las piezas de relojería
resultan en piezas poderosas y escultóricas que utilizamos como adornos y joyas. En este
mundo, lo único verdaderamente sostenible es lo que no se consume, pero en segundo
lugar está lo que no se deshecha, lo que se utiliza todos los días, lo que se hereda y se
atesora. Llevar un reloj en la muñeca significa lucir un objeto de deseo, un elemento
irresistible de belleza y seducción. Asimismo, un reloj es un símbolo de estatus y
pertenencia de fácil distinción. Y no menos importante, es un iniciador de conversaciones.
Puesto que no es lo mismo mirar una distante pantalla digital que deleitarse con el sonido y
ritmo que desprenden las manecillas de una maquinaria mecánica confeccionada por
maestros relojeros que trabajan en los valles suizos. Pues, algunos artificios no tienen nada de artificiales.
Por si fuera poco, no es únicamente un pieza visual y lujosa, es una pieza práctica que
puedes usar, potencialmente, todos los días y que puede pasar de generación en
generación, otorgándole un valor emocional añadido, sin perder el valor económico. Pues
un reloj es la interpretación del tiempo, y cuando heredas uno, heredas las historias que se
vivieron con él, los maravillosos a tiempo y los decepcionantes a destiempo. Las piezas
icónicas de relojería suelen tener historias legendarias. Por ejemplo, el Rolex Daytona ‘Paul
Newman’ –que se vendió a finales de octubre del 2017 en la subasta de la casa Phillips de
Nueva York– representa la valiosa vejez de los íconos del siglo XX. La historia cuenta que
Joanne Woodward le regaló a Paul Newman un reloj que apenas se vendía. Woodward
mando a inscribir en su parte trasera “Drive carefully. Me” (para recordarle que no corriese
demasiado rápido en las carreras de autos) y, sin saberlo, convirtió aquella pieza mecánica
en una leyenda sobre el riesgo, el cuidado, el amor y por supuesto, el tiempo.
Es por ello que, a pesar de la fiebre Apple Watch, el reloj tradicional sigue y seguirá siendo un
objeto de deseo aspiracional. Pues no cabe duda, que quien tiene un smartwatch, anhela un
reloj de alta gama. Y, evidentemente, quien se pueda permitir un reloj de alta joyería, se
puede permitir un smartwatch. Cada uno tiene su función en la vida. Aunque un reloj
tradicional puede seguir sumando novedosas prestaciones tecnológicas y llegar a ser igual
de inteligente que un smartwatch, un smartwatch jamás podrá igualar lo impactante y
seductor que resulta una pieza tradicional de relojería reposando sobre muñeca. Pues esta
última promete la permanencia y la eternidad, en un mundo regido por la rapidez y la
sustitución.
– Mara Alaïa Angulo